Taiwán: ese país desconocido
Taiwán fue ese destino completamente no planeado dentro de la agenda. Se supone que en ese viaje solo iba a visitar Australia y Nueva Zelanda, pero dos meses antes de viajar todo cambió. En las fechas donde me encontraría ya del otro lado del mundo tenía la oportunidad de ver a mi banda favorita y conocer un destino al que jamás había visitado, así que después de mucho luchar por conseguir una entrada (fue una batalla feroz contra las taiwanesas y su super Internet jajajaja) ahí estaba yo… camino a Taipéi desde Sydney.
Lo que más me shockeó de ese vuelo fue ver muchísimos cochecitos de bebé en el momento del check-in. Realmente pensé que el viaje iba a ser una tortura y me preparé mentalmente para viajar escuchando llantos… cosa que jamás sucedió. Yo no soy de dormir en los vuelos a menos que esté agotada, pero aún estando atenta no escuché más que silencio. ¡Ya me empezaban a caer bien los niños taiwaneses!

Viajé por China Airlines, la aerolínea de Taiwán. Honestamente tampoco sabía qué esperar porque no había casi datos sobre la misma, pero el viaje fue cómodo y la comida muy rica. Mi primera sorpresa: ¡Daban películas argentinas con subtítulos en chino! Este tipo de cosas me hacen sentir que son buenas señales, así que en manos del destino me relajé y dejé que el tiempo pasara entre películas.

¡Bienvenida a Taiwán!
Llegué al país de noche, con un miedo terrible y sin saber qué me iba a encontrar. No hablo chino, no sabía si hablaban inglés, y en el poco tiempo que tuve para organizar mi viaje no conseguí nada de información. Lo único que logré sacar en claro después de dar vuelta por todos los foros y blogs posibles es que los taiwaneses son amables y la comida deliciosa. Buena señal. Con mi mejor cara de «no-se-como-comunicarme» pasé por migraciones. El señor oficial me miró con su cara de póker, miró mi pasaporte, volvió a mirarme y puso el hermoso sello que decía que podía quedarme. ¡Bienvenida a Taiwán! me dije mientras seguía hasta la salida.

Un arrebato de luces y colores (por supuesto el rojo y dorado como vedettes protagonistas de la novela) me avasallaron al salir de migraciones. ¡Me sentía dentro de un casino! Después del choque inicial me acostumbré a las luces y palabras sin significado para mí, y hasta les tomé cariño. Encontré fácilmente mi camino por el aeropuerto y después de conseguir un wifi portátil y la tarjeta para el metro me aventuré finalmente hacia la ciudad.
Parte de mi amor hacia Taìpéi honestamente es que me sentí cómoda todo el tiempo. A pesar de no entender nada, entendía todo. Todo está correctamente señalizado para no perderse, la gente de verdad es muy amable y siempre me sentí segura. Aún andando por la calle con mi maleta a las 11 de la noche no sentí miedo.

Luego de llegar al hotel, me preparé para descansar después de tan largo día y a juntar energías para lo que me esperaba. ¡Muchas aventuras quedaban por vivir!
Podés seguir mi viaje a través del mapa que te voy a ir dejando debajo: cada pin tiene la entrada correspondiente a lo que se visitó, para que sepas qué hacer y cómo llegar 🙂
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