Salimos de la Plaza de Hércules (donde me metí en todas las tiendas habidas y por haber) (Sevilla me encontró compradora compulsiva) (ya me estaba yendo y me agarró la angustia compradora) y nos juntamos para ver si iríamos al Metropol Parasol. Supuestamente abría tarde, íbamos a perder el último bus turístico (¡alabados sean!) y no tendríamos como volver… que sí, que no, que no me arriesgo, que no sé… estábamos a un par de cuadras y uno de mis compañeros de viaje se encaprichó. «Hagan lo que ustedes quieran, total siempre hacemos eso.» ¿Qué? No, paren todo. ¿Vamos o no vamos? Hagan lo que quieran… bueno, vamos.
Decidimos intentar acercarnos antes del horario de apertura por la tarde para ver cuáles eran los horarios, si podríamos llegar a recorrerlo un poco antes de tomar el último bus… y nos encontramos que estaba abierto, con horario de corrido y no cortado como decía la página. ¡Bingo! La figura extraña de hongo se nos abría impetuosa frente a nosotros.
«¿Esta cosa es? lo pasamos recién y dijimos: ¡Qué cosa más fea!» dijo mi compañero el encaprichado. Decidí hacer caso omiso y entrar igual.

Entramos, pagamos (la entrada viene con una consumición gratis en el mirador) subimos por un ascensor psicodélico digno de Yayoi Kusama y… llegamos.
Las vistas me quitaron el aliento. Gracias a Dios los escalones eran suaves desniveles por lo que mi pie recién operado en ese momento no lo sufrió ni un poco. Llegamos justo al atardecer, el sol se iba ocultando a través de las nubes dejándonos una Sevilla nunca antes vista por nuestros ojos.
Esta escultura extraña conocida también como las setas de la encarnación (forma de hongo tiene, ni dudarlo) tiene también un centro cultural y arqueológico, donde se albergan los objetos encontrados durante su excavación (si es que en Andalucía levantas una piedra y ya te encuentras algo…)
Aprovechamos nuestra consumición dentro del Mirador y luego seguimos camino a través de las setas, observando una sevilla al atardecer, con esos tejados marrones que me recordaban a Portugal y esperando encontrar, tal vez en alguno de ellos, alguna gaviota gigante que me mire curiosa como me habrá pasado en Oporto…
El Metropol Parasol es otra de las cosas que no pueden dejar de hacer mientras estén en Sevilla. Observar el paisaje desde las alturas, poder disfrutar el atardecer o tal vez quedarse a ver las luces encendidas por la noche es algo mágico y especial que uno no debería perderse. Al fin y al cabo, como decían los del Río, «sevilla tiene un color especial» y desde el Metropol se puede apreciar claramente.
¿Querés leer más sobre Sevilla? Parte 1: Impresiones – Parte 2: Real Alcázar
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