Valencia, y de cómo no usar auriculares por la vida de vez en cuando trae sorpresas

Últimamente vengo súper acelerada y alterada por todo, que el trabajo, que los exámenes, que las cosas para pagar, que esto, que lo otro… y solamente por un viaje después de tener un mal día en el trabajo, me decidí por no escuchar música sino perderme en la música de la Ciudad de Buenos Aires. Es así como terminé hablando con una señora de 68 años que me contó que a su edad ya le había ganado al cáncer de mama y tenía que operarse de la cadera pero decidió dejarlo para un poco más adelante porque tocaba su cantante favorito y no podía no ir a verlo. Esa tarde, me llevé una charla y un poco de experiencia de vida solo por no escuchar mi propia música y escuchar un poco al otro.

Eso mismo me pasó en Valencia. Gracias a prestar un poquito de atención, abrirse y dejarse llevar un poco, conocimos a  un taxista que nos llevó a conocer toda la ciudad mientras nos contaba detalles y cosas cotidianas que si hubiéramos hecho un tour predefinido jamás hubiéramos conocido.

 

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«Por acá no te traen esos micrillos de turismo, mira, es que las calles son muy estrechas y nada de esto te muestran. Vayan por allí que yo me quedo acá, si alguien me dice algo me voy a dar una vuelta pero no me muevo, ¡eh! vayan tranquilos.» ¡Un grande!

 

Yo soy la persona más miedosa del mundo en cuanto se trata de tener que tomar un transporte público en un lugar que no conozco. Si no es un subte o tren bien señalizado entro en pánico. (me ha pasado en Portugal, casi termino en Lisboa siendo que tenía que tenía que ir al aeropuerto de Oporto!)  Esta vez, esperando al colectivo que se tardó en venir, en la parada conocí a una señora súper amable que me dijo dónde iban a ser todas y cada una de las prendidas de las luces (fuimos en fallas), me dijo en dónde tenía que bajarme, y hasta me enseñó dónde tenía que tomarme otro colectivo para poder ir a ver la playa (que según ella era una de las más bonitas de estos lados)

 

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«¿Eres de aquí? No, ¿verdad? ¿De qué parte eres? ¡¿De Argentina?! ¡Pero se te entiende bien! Te bajas aquí conmigo niña, en la estación del Norte.»

Fueron algunas de las experiencias bellas que tuve al encontrarme sola y dispuesta a escuchar, con una sonrisa. Lejos o cerca de casa, muchas veces no nos damos cuenta de todo lo que tiene el otro para darnos, para contarnos, que nos sirva de experiencia o tan solo para sacarnos una sonrisa por un momento. Lamentablemente crecí en la cultura del miedo, donde todo desconocido que te hable es un potencial criminal y te va a hacer algo. Lo entiendo, vivimos en una sociedad peligrosa, pero uno siendo ya grande sabe un poco cómo cuidarse, y no hay nada más lindo que salir de ese mundo interno que tenemos y ponernos en contacto con el otro.

 

Para mí Valencia, además de ser una hermosa ciudad, me recordó que la gente bella y las grandes historias están ahí afuera esperando que las escuche.

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