Dejamos de lado la naranja mecánica (aún con gente usando gorritos naranjas dentro de nuestro avión) para dirigirnos a Suiza. Ginebra fue… una de las peores experiencias que tuve en aeropuertos hasta ahora. Ya aprendí la moraleja y nunca más me atrevería a acercarme a un aeropuerto que no conozco y de noche. (ya me pasó en Chile, una puede tropezar dos veces con la misma piedra… ¡pero ya no más!) Encontrar el transporte indicado fue como la búsqueda del tesoro… primero nos íbamos a tomar un tren que supuestamente nos dejaría (a propósito era el último tren de la noche… si fallábamos nos íbamos a quedar en vaya uno a saber qué parte de Suiza durmiendo en donde podamos) y al final después de dar muchas vueltas y encontrar unos mapas salvadores pudimos salir del aeropuerto.
Nos tomamos uno de los buses con bastante miedo (al menos yo, cuando tomo un medio de transporte que no conozco me pongo nerviosa. Y creo que me pongo un poquito más nerviosa si es en un país que no conozco, donde hablan un idioma que no conozco… y de noche.) pero finalmente llegamos. A todo esto habíamos sacado un ticket de tren que no sabíamos bien cómo funcionaba, le preguntamos al chofer en nuestro francés básico si nos servía… nos dijo algo que ninguno entendió y nos dejó pasar. Servía o no servía el ticket, ¡los choferes de Ginebra son buena onda! Después de temblar como una hoja durante todo el trayecto del viaje, llegamos a destino y si, milagrosamente ahí a una cuadra estaba el hostal que estábamos buscando (a todo esto, llegamos súper tarde, creo que el dueño nos debió odiar) Nos fuimos a dormir lo más rápido posible para prepararnos en nuestro rally del día siguiente.
Luego de levantarnos y dejar todo listo para partir a la noche hacia Madrid (al fin y al cabo Ginebra era solo una escala en el itinerario, que quisimos alargar un poquito más) nos dedicamos a explorar la ciudad casi francesa, completamente Suiza.
Ginebra es pequeña pero muy, muy hermosa. Se combina antigüedad con moda y tendencia; Vas caminando por caminos de piedra mientras ves las vidrieras de las más prestigiosas marcas. Caminando por las calles hemos visto autos que jamás en nuestra vida volveremos a ver, y lo que más me sorprendió fueron las mujeres en tacos altísimos caminando por las calles en subidas y bajadas súper empinadas como quien no quiere la cosa. (Tal vez me sorprenda porque tengo dos pies izquierdos, si uso tacos me caigo de boca al primer paso!)
Cosas que me llamaron la atención de Ginebra:
Una de las mayores atracciones de Ginebra es el Jet d’Eau que se encuentra en el lago Leman, un chorro de agua. Si, lo que leyeron, es un chorro de agua ubicado en medio del lago, que de noche se va iluminando de colores. (muy lindo por cierto, nunca supe el significado del Jet d’Eau, pero es digno de ver) Ya de por sí, el jardín Inglés y el lago Leman son como obras de arte, podrías quedarte horas parado mirándolos.
Otra cosa que me sorprendió fue la cantidad de cisnes que hay en el lago y la claridad del agua, ¡completamente transparente! Podíamos ver las patas de los cisnes mientras nadaban, una cosa increíble.

El Jet D’Eau y la bandera suiza, una de mis imágenes favoritas del viaje

«El lago de los cisnes», descripción gráfica.
Y por último, la cantidad de fuentes que había por todas partes. Fuentes grandes, pequeñas, decoradas, simples canillas, pero todas con agua pura y cristalina. Estaba bueno; si tenías sed después de recorrer toda Ginebra con solo dar dos pasos podías encontrar una fuente en donde tomar agua y refrescarte un poco.

Una de las primeras fuentes que nos encontramos al llegar.
Visitamos también parques, la estatua de Russeau, la del fundador de la Cruz Roja y por supuesto pasamos por la puerta de la sede de las Naciones Unidas, ¡faltaba más!
Aquí viene la parte que más les interesa de Suiza. No las navajas y los relojes cucú, sino… el chocolate. ¡En Suiza compré cantidades industriales de chocolate a muy buen precio! No se dejen engañar por las chocolaterías, los supermercados venden las famosas barras de chocolate a precios super baratos, y de combinaciones que al menos en Argentina nunca había visto. Baratito para ellos, sí, pero uno de los chocolares más ricos que haya probado en mi vida (aunque para mí, ¡nada le gana al chocolate en rama barilochense!)
Luego de pasear por toda la ciudad deleitándonos con el paisaje y los chocolates, nos dirigimos una vez más hacia el aeropuerto, hacia Madrid. Ya pronto sería el final del viaje para mis compañeros, pero a mí me quedarían tres ciudades más por recorrer.